Masacre en la isla de la Paz. -Bali, 23:05h del 12-10-2002

Estábamos a punto de acostarnos cuando oímos un  ruido potente, breve y seco al que siguió una vibración intensa y larga de las contraventanas de la habitación del hotel. Todo muy raro. No se por qué se me ocurrió decirle a Carmen: "Han explotado los depósitos de gas. La cocina ha volado". Nos extrañó que no le siguieran voces u otros ruidos que pudieran confirmar tal suposición.
Todo volvió al silencio de siempre. "Seguro que ha sido otro avión del próximo aeropuerto, que se ha pasado de listo con la velocidad", concluimos antes de dormir.
A la mañana siguiente fuimos a bañarnos a la playa del hotel, por el camino una empleada nos preguntó los nombres y la habitación que ocupábamos. Observamos que escribía un OK en nuestra casilla. Nos extrañó, porque nunca antes habíamos visto esa práctica, pero no le dimos mayor importancia.


El día de la oración en El templo de Ubud. (Si quieres ampliar la foto, pincha en ella).
Al volver a la habitación coincidimos en la espera del ascensor con dos australianos. Hablaban entre ellos sin prestarnos atención.. Querían volver a su país cuanto antes. Estaban muy asustados ¡por el atentado!.
-"¿Atentado? ¿Qué atentado? ¿De qué hablan? nos preguntamos mirándonos.
-"Ha sido horrible. Más de 200 muertos. Casi todos compatriotas". 
Nos quedamos alelados. Entonces comprendimos el estruendo de la noche anterior y la extraña vibración de las contraventanas. Nos vestimos y bajamos a recepción para informarnos.
Todo el mundo estaba en silencio y en el hall de entrada habían esparcido mas flores que nunca. La TV informaba sobre el terrible suceso. Nos dimos cuenta que 48 horas antes habíamos cenado en un  precioso restaurante que lindaba con la sala de fiestas "Sari" donde explotó la camioneta.
La gente de Bali, acostumbrada a la idílica paz de su isla no daba crédito a tan monstruosa acción. Les resultaba incomprensible.
Días después convocaron a todos los extranjeros de la isla a un acto de oración en un templo de Ubud, donde estábamos en ese momento. 

Allí, sentados en el suelo, nos reunimos cientos de extranjeros para solidarizarnos con todas las personas que habían sufrido el tremendo zarpazo.
Comenzaron la ceremonia esparciendo un líquido suavemente perfumado sobre cada uno de los presentes, después  nos colocaron flores en la frente y bebimos agua con sabor a anises. Mientras tanto, un numeroso grupo de balinesas, con sus vestidos de colores, dejaban en los altares ofrendas de comida y flores. 
En aquel maravilloso templo sin paredes, en plena naturaleza, se respiraba una inmensa tristeza por la barbarie acontecida y, a la vez, una gran paz y serenidad. Nadie hablaba. 
Antes de finalizar la ceremonia el sacerdote tomó la palabra. Con una gran calma y tranquilidad nos dijo que Bali era una isla de paz y que todos los allí presentes debíamos mirar a nuestro interior y preguntarnos qué habíamos hecho cada uno de nosotros y qué habíamos dejado de hacer, para que en un lugar como Bali hubiera ocurrido tal desgracia.
Mientras el sol se ponía tras las montañas de Ubud y el templo se iba quedando en penumbra, fuimos saliendo de aquel precioso recinto, tristes, emocionados y -aunque parezca contradictorio- en paz. 

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